Durante más de tres años, Hounsigbo vivió en la oscuridad total, con cataratas que nublaban su visión en ambos ojos. Antes, Hounsigbo había estado muy ocupada trabajando en su pueblo de Togo, yendo todos los días al bosque para cortar árboles y tejer petates con sus ramas, vendiéndolos para ganarse la vida. Pero ahora, esta mujer de 70 años pasa las noches y los días en una pequeña habitación en la casa de uno de sus hijos.
Si quería comer algo, esperaba a que se lo trajeran sus nietos. Si necesitaba ir al baño, sus nietos la llevaban. Dependía completamente de su familia para sobrevivir.
“Alguien sin hijos sufriría o incluso estaría muerto a estas alturas”, dijo.
Cuando la vista de Hounsigbo empezó a debilitarse, acudió al hospital local con la esperanza de que pudieran ayudarla. Sin acceso a la cirugía que necesitaba para eliminar las cataratas, no pudo sanarse. Con el tiempo, sus ojos empeoraron y, finalmente, perdió la vista por completo. Durante tres años, Hounsigbo vivió en la oscuridad.
La historia de Hounsigbo no es diferente de muchas otras. Sólo en el África subsahariana hay más de seis millones de personas ciegas a causa de las cataratas. Con una simple intervención quirúrgica, la mayoría podría recuperar la visión, pero sin acceso a la atención quirúrgica, muchos pasan su vida en la oscuridad.
Un futuro más brillante
Afortunadamente para Hounsigbo, un médico togolés formado en Mercy Ships había abierto una clínica en una ciudad no muy lejana. Al principio, a Hounsigbo le preocupaba que el costo de la cirugía fuera demasiado caro, pero tras la insistencia de su nieto decidió asistir a una revisión en la clínica.
Su fe pronto se vio recompensada. Gracias a una oportunidad única de Mercy Ships de patrocinar cirugías con la clínica del Dr. Abram Wodomé, Hounsigbo recibió una cirugía para restaurar su visión, sin costo alguno.
Cuando el personal le quitó la venda de los ojos al día siguiente de la operación, Hounsigbo se rió inmediatamente en voz alta y corrió a la habitación contigua para abrazar al Dr. Wodomé. ¡Había recuperado la vista!
Hounsigbo hizo el viaje de vuelta a su aldea y, cuando llegó, todos sus nietos corrieron hacia ella gritando: “¡La abuela puede ver!”.
Por primera vez en tres años, Hounsigbo pudo mirar las caras de sus nietos mientras los envolvía en un abrazo, diciendo: “Verlos a todos me dio mucha alegría”.
Hoy, ya no depende de sus hijos y nietos. Ahora es libre de volver al trabajo y ocupar su lugar como matriarca de la familia.
“Se me ha concedido la gracia de volver a vivir”, dijo. “Gracias, y que Dios los fortalezca a todos… para ayudar a más personas como yo”.